Cada día, son más los casos de depresión, personas que acuden a la consulta para poner remedio a una tristeza que no saben ni cómo, ni porqué la padecen. Mencionan que lo tienen todo, que reconocen su valor, pero no entienden por qué están así. Aquí es cuando me cuestiono si realmente reconocen ese valor…
¿Qué me está pasando?
Son muchos los factores que nos conducen a un estado depresivo. Son muchas las causas que justifican una tristeza ciertamente patológica y son todas ellas, no aceptadas.
Muchas veces me pregunto por qué el cerebro, los estados emocionales y las crisis vitales, no son aceptados en nuestra sociedad. Siempre uso como ejemplo la ruptura de una pierna. Si nos rompemos una pierna o tenemos una torcedura, ponemos remedio, vamos al traumatólogo y este a su vez nos deriva al fisioterapeuta. Aceptamos la administración farmacológica de antiinflamatorios y lo seguimos al pie de la letra. Pero cuando se trata de nuestra salud mental, todo cambia.
Nos duele reconocer que nuestro cerebro y todo lo que gira entorno a la cognición, está enferma. Nos cuesta asumir que no siempre podemos estar felices, ni entusiasmados, motivados e ilusionados. Nos cuesta asumir que existen emociones negativas, que forma parte de nuestra adaptación a la vida y que debemos de convivir con ellas para poder aprender de las piedras que debemos de sortear. A veces, nos llegamos a cuestionar nuestros pensamientos, unos pensamientos entrenados por una sociedad entristecida, desmotivada y que actúa como auténtico autómatas. Nos cuesta salir de esa zona, zona que hemos considerado en muchos momentos, nuestra zona de confort.
En sesión, planteo muchas veces hacer algo totalmente nuevo, fuera de esa rutina que ha caído el paciente y aquí llega otra emoción poco asimilable: el miedo. Tener miedo a los cambios, a los riesgos, a tomar decisiones. Pretendemos acudir a un psicólogo que nos modifique nuestra forma de sentir pero sin arriesgar. Son algunos los pacientes que asumen la terapia desde un rol activo. Cuando se envían tareas, como aquel médico que en su día envió un antinflamatorio y acudir al fisioterapeuta, se resiste. No se comprende que nuestro trabajo es otro, que debemos de estimular el cerebro, esa elegante y afortunada plasticidad que tiene nuestro cerebro y para ello, nuestras tareas son algo “diferentes” a lo aprendido socialmente.
¿Realmente valoramos lo que tenemos?
Al inicio, he introducido el concepto de valor. Pacientes que vienen con estados emocionales negativos pero que les acompaña la argumentación de “sé lo que tengo y lo valoro”. Aquí es cuando les hago replantearse qué entienden por valor, así como les hago replantearse, cual es el motivo por el que tienen un vacío que no les deja disfrutar de aquello que tienen, de esas supuestas cosas que tienen y valoran.
A veces la vida nos da bofetadas de realismo. Cuando nos angustiamos por temas que pueden tener solución o incluso en el caso de no tenerlo, no son tan importantes como para angustiarnos, es cuando la vida decide abrirnos los ojos. En sesión cuestiono todo aquello que duele y se puede solucionar, y todo aquello que no se puede solucionar pero que realmente no es tan importante como para sumirnos en un absoluto caos existencial. Debemos de visualizar nuestra vida con aquellas cosas, personas y situaciones que actualmente están y que quizás no estarán de aquí a unos años. Las visualizaciones nos sitúa, nos ayudan a valorar lo que podemos perder, pero además también nos ayuda a visualizar aquello que no tenemos, aquel vacío que no sabemos cubrir.
Es en este punto de la terapia es donde el psicólogo debe de descubrir porqué la persona que lo tiene todo y lo valora, no es capaz de seguir hacia delante. Es aquí donde enseñamos a conciliar con las emociones negativas. Es aquí donde enseñamos que sin ellas, probablemente no tendríamos lo que tenemos.
Es aquí donde empieza el camino hacia el bienestar emocional.